Antes de llegar a los Estados Unidos, me lo imaginaba totalmente diferente. Pensé que se sentiría como un mundo diferente, pero no fue así. Cuando salimos del aeropuerto, estaba pensando una cosa: “¿porqué me siento en el mismo mundo todavía?”. Esperaba sentir la conmoción tan pronto como llegara, pero no fue así (supongo que la única manera de sentirse fuera de este mundo es viajar al espacio). Nueva York no era exactamente lo que había imaginado, los edificios no eran tan impresionantes y ¡había árboles! Ello no debe sorprender porque aún no había llegado a Nueva York, estaba todavía en Nueva Jersey, lo cual no sabía.

Durante todo el viaje quedé impresionado por la cantidad de inmigrantes que había. En todas partes, en las tiendas, las calles, los restaurantes, Nueva Jersey o Nueva York, había tantos inmigrantes, tantos que no se siente como los EE. UU., sino un lugar que no pertenecía a ninguna parte, a nadie. A diferencia de Costa Rica, donde uno solo encuentra la diversidad en las áreas turísticas, allí uno se cruza con personas de todo el mundo mientras camina por las calles.

Ah, y por cierto, no es caminar por las calles sino correr por las calles. Como costarricenses, creo que Mateo y yo realmente podíamos sentir cómo los neoyorquinos siempre tienen prisa. Los costarricenses son lentos, es una generalidad, pero los mitos siempre tienen un poco de verdad. Todos conocemos el tiempo ‘tico’, no tenemos la cultura de ser siempre puntuales, pero los estadounidenses, al contrario, son muy puntuales, y en las calles de Nueva York tienes que apurarte si quieres llegar a cierto lugar a tiempo. Todo va mucho más rápido, cuando uno se apresura entre la cantidad abrumadora de gente apresurada, detenerse un momento para atarse los zapatos puede resultar una decisión terrible, ya que perder de vista a alguien en la gran manzana tarda solo unos cuantos segundos.

En la vida necesitamos nuevas experiencias, algo que nos ayude a seguir adelante, necesitamos cosas nuevas para mantenernos entusiasmados con lo que venga después, sin embargo, si muchas experiencias nuevas aparecen una y otra vez, perdemos la capacidad de sorprendernos. Así es el caso de muchas personas en los alrededores de Manhattan. Desde un chico que camina con una lagartija en el hombro hasta una modelo que está grabando un anuncio en las calles, los escenarios más locos no hacían vacilar a ningún habitante.

Manhattan tiene tanta gente de todo el mundo que uno podría quedarse allí durante meses sin poder apreciar toda su cultura, Manhattan está llena de cosas que ver y no se tiene que ir más allá de la mera calle.

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